A 300 metros del puesto de control fronterizo de Guatemala en la frontera Agua Caliente, unos ocho hombres enfilan a un pequeño grupo de migrantes haitianos para que suba a un automóvil sedán de color blanco. Mientras esto sucede, una patrulla de la Policía Nacional Civil (PNC) pasa en medio de los vehículos en los que se mueven los encargados del traslado de los caribeños. A simple vista, la presencia de las autoridades policiales no parece perturbar la actividad de los “coyotes”. 

Esa efímera escena sucede un lunes cualquiera, sobre las 11 de la mañana y es parte de la rutina normal en ese punto fronterizo, a 15 minutos de Esquipulas, en el departamento de Chiquimula. Este municipio, que alberga la basílica del Cristo Negro, es el inicio de la travesía de los migrantes haitianos por Guatemala, en su ruta hacia Estados Unidos. Un paso que durante este último mes ha dejado de ser silencioso. 

Esquipulas es el lugar donde los migrantes haitianos esperan, al menos un día, para iniciar la ruta por Guatemala que los llevará a México.

Las calles de Esquipulas ya no están llenas unicamente de devotos del Cristo Negro, ahora las abarrotan migrantes y refugiados haitianos que este año apresuraron su paso hacia la frontera norte. Algunos van junto con toda su familia. Esto provoca el crecimiento de la actividad comercial  en la ciudad. Los hoteles de bajo costo –entre Q70 y Q100 por noche– están llenos. Se forman largas filas frente a bancos, cajeros automáticos y ventas de chips para celulares. Estos puntos son clave para que los migrantes descansen, llamen a sus familiares en Estados Unidos, Haití o algún país de Sudamérica, y reciban las remesas que los acercan cada vez a su destino. 

Mientras transitan por las calles de Esquipulas, los haitianos se muestran tranquilos y confiados. Da la impresión de que el lugar no es nada nuevo para ellos. Sin embargo, esa libertad de movilidad solo es aparente. El control de los “coyotes” se cierne a toda hora sobre ellos, especialmente cuando acuden a los bancos y a los cajeros automáticos a retirar giros o remesas enviados desde Estados Unidos por sus familiares, o cuando hacen transacciones con los cambistas y compradores de dólares del área. Pero ese control permanente, no los protege de los estafadores: un viaje en tuc tuc les cuesta US$10 y los cambistas les cobran hasta el 20 por ciento del monto total de las  transacciones. 


En el paso fronterizo regular entre Guatemala y Honduras tres soldados resguardan el paso. En ese punto no se observa por momentos presencia de la PNC. Sin embargo, sí tienen puestos de registro a lo largo de la carretera que va de Esquipulas a Agua Caliente.

Cada vez más visibles 

Hace un mes,  la imagen de un agente de la Patrulla Fronteriza estadounidense, montado en un caballo y tratando de detener a un migrante haitiano que corría a orillas del Río Grande, fue la alerta de una nueva crisis migratoria en el sur de Estados Unidos. Esta vez no eran centroamericanos los que llegaban agrupados para intentar cruzar a territorio norteamericano en busca de refugio. Esa fotografía semejante a la escena de una película de John Wayne, hizo que la atención se concentrara también en las rutas de paso. Antes de esas imágenes, en donde se observaba a cientos de haitianos deambular por las orillas del Río Grande, el paso de estos migrantes por los países de Centroamérica había ocurrido sin provocar mayor ruido. 


Ana Judith Ramírez es la coordinadora de la Casa del Migrante en Esquipulas. En ese refugio reciben por una noche a personas que viajan hacia México sin el acompañamiento de coyotes.

“Hace 15 días, la PNC hizo una redada aquí en Esquipulas. Fue a sacar de los hoteles a decenas de haitianos y los fue a dejar a la frontera de Agua Caliente. Pero Honduras los rechazó. Entonces estos migrantes quedaron en el limbo”, cuenta Ana Judith Ramírez García, desde la recién construida sala de reuniones de la nueva Casa del Migrante José, ubicada en la carretera que conduce hacia Agua Caliente. El hecho que narra ocurrió el 2 de octubre. 

De pronto, Esquipulas dejaba de ser un lugar hospitalario, en la medida de lo posible, para los caribeños y  la redada fue una forma de tranquilizar a la población. Los vecinos comenzaron a quejarse de los problemas que provocaban los migrantes y del aumento de la violencia entre “coyotes”, para controlar el territorio. Esto último es lo que más inquieta a los habitantes de la localidad y cuando se refieren a ello, prefieren hacerlo de forma anónima. 

El pasado 11 de octubre, ocurrió uno de estos hechos que provocan que los pobladores hablen con cautela sobre el tráfico de migrantes. En el kilómetro 219 de la carretera entre Esquipulas y Chiquimula, personas que se conducían en un picop dispararon sobre un automóvil sedán de modelo reciente. Este quedó varado con el vidrio frontal destruido. La PNC asegura que los conductores peleaban por “la vía”. Pero los vecinos del área tienen otra versión y no creen en lo que dicen las autoridades. Aseguran que en el sedán trasladaban migrantes haitianos y que el ataque se debe a la pelea por el control de territorio en esa zona fronteriza.  

Ese cuidado que los habitantes tienen al hablar sobre lo que sucede en uno de los principales santuarios de la religión católica, es algo que se entiende cuando se camina por las calles de Esquipulas. Nadie se acerca a los haitianos para ofrecerles un servicio, por el constante control que tienen sobre ellos los “coyotes”. Si no son ellos los que se acercan a los negocios a comprar todo tipo de alimentos, chips de celulares o para cambiar dólares, los lugareños prefieren desentenderse. 

Luego de la redada del 2 de octubre, la Casa del Migrante José, sirvió durante dos días 125 raciones de comida, ya que los migrantes habían quedado a la deriva. Abandonados por los “coyotes”, a quienes ya les habían pagado.

Ana Judith es la coordinadora de ese refugio que atiende a los que viajan solos hacia Estados Unidos. Ha sido la testigo directo de las diferentes olas de migración de haitianos. “En 2016 se creó la Casa del Migrante José porque había muchos haitianos en las calles de Esquipulas, que se dirigían hacia EE. UU. Ese año, recuerdo, atendimos a cientos de ellos. Después de ese año el flujo bajó, pero todo cambió en julio de 2021”.

Para la coordinadora de la Casa del Migrante José, la crisis política que generó el asesinato del presidente de Haití,  Jovenel Moïse, el 7 de julio pasado, apresuró la salida de los migrantes de esa región caribeña en su búsqueda por abandonar el territorio latinoamericano. Algunos ya tienen hasta dos años de haber empezado a migrar, dice. Es la historia que le han referido los caribeños que llegan al refugio,  lugar al que recurren cuando se quedan sin dinero para seguir pagando “coyotes”. Muchos cuentan que no salieron de Haití, sino de Brasil, Chile, Ecuador o Colombia. Son los que más años tienen de haber abandonado su país de origen. 

Pero fue el terremoto del 14 de agosto en Haití, con una magnitud de 7.2 grados Richter, que dejó más de 2 mil fallecidos y más de 12 mil personas heridas, lo que provocó esta última ola de migración masiva. “Fue cuando muchos decidieron continuar el camino hacia Estados Unidos en busca de refugio, sin embargo, allá se les ha denegado”, añade Ana Judith.

La ruta por Guatemala 

Para entrar a Centroamérica, los haitianos pasaron por el “Tapón del Darién”. Esta zona selvática que se encuentra entre Colombia y Panamá se ha convertido en la principal ruta de tránsito para esa población migrante y es descrita, por ellos mismos, como “el infierno”. Ahí se viola, se roba, se mata a quienes se aventuran por el territorio. Muchas personas han sufrido también ataques de animales salvajes. 

“Hemos atendido a mujeres que han tenido abortos involuntarios por caminar después de haber quedado embarazadas durante esa ruta. También han llegado personas sin dedos”, cuenta Ana Judith sobre las consecuencias que ha dejado el paso por el Darién en la vida, y en los cuerpos, de los haitianos y haitianas que han logrado atravesar la selva, para después continuar su camino oculto por Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala. 

En Guatemala, la ruta ya está trazada por los “coyotes” y ya no se hace en buses de línea. De Esquipulas son trasladados en carros sedán al área metropolitana para después desplazarse en vehículos más amplios hacia la frontera de Tecún Umán y El Carmen, ubicadas en el sur de San Marcos.

Para llegar a esos puntos fronterizos, el camino que toman es el de la costa sur. En estas últimas dos semanas, la PNC ha reportado el rescate de decenas de migrantes haitianos en Suchitepéquez. El último fue el 19 de octubre en San Andrés Villaseca. En ese municipio se encontraron abandonados en un cañaveral 41 personas originarias de Haití. 

Para los migrantes haitianos, el camino por el territorio guatemalteco se hace por las noches y las madrugadas, así evaden las horas de mayor tránsito y evitan ser vistos al cruzar el país de forma clandestina. No obstante, las escenas presenciadas en la frontera Agua Caliente dan la impresión de que ese caminar en la oscuridad es solo para rehuir el ojo público. No la vigilancia de las autoridades.