Sandra Torres competirá por la presidencia de Guatemala este 20 de agosto representando al partido de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE).
La intensidad y la actitud firme que caracterizan a Sandra Torres en todos sus discursos políticos quedaron a un lado. La candidata presidencial mostró nostalgia y madurez al hacer un repaso de sus 67 años de vida, con una sonrisa.
No es una mujer alta, pero su presencia no pasa inadvertida. Su equipo de asesores puso fin a las bromas cuando Torres llegó al salón donde ofrecería una entrevista.
Saludó a todos con amabilidad y cortesía, pero no perdía su seriedad, que poco a poco se fue difuminando cuando entró en confianza y expuso el lado más humano de la mujer que está en liza por la presidencia de Guatemala.
Su rostro destaca por sus ojos verdes enmarcados por unos anteojos redondos que recuerdan bastante al personaje de un joven mago, protagonista de una saga de libros de fantasía.
Lleva el cabello castaño y ondulado hasta los hombros, con algunos destellos dorados que compiten con su cadena al cuello, de la cual pende el logo de su partido, dos manos que simbolizan la unidad y la esperanza.
Sus primeros años
Sandra Torres nació en Melchor de Mencos, Petén. Tan solo con recordar sus primeros 5 años de vida su rostro se relaja y aparecen las sonrisas.
“Mi mamá, muy estricta, y mi papá, muy cariñoso”, dice la candidata al referirse a Teresa Casanova y Enrique Torres. “Era una familia integrada”, subraya.
“Ella —su mamá— siempre ha sido estricta, con una mirada lo ponía firme a uno. Recuerde que la gente de pueblo somos muy unidos, somos mucho de familia. Donde yo nací y crecí, básicamente, están todos mis primos y tías”, añade.
Era una familia de cinco hermanos y comparte con tristeza que uno de ellos falleció en el terremoto del 4 de febrero de 1976. “Tengo un hermano que es médico, está mi hermana Gloria, otra hermana que vive en Belice, porque se casó con un médico, y yo”, cuenta.
Torres tenía con quien jugar cuando era niña. Además de sus hermanas había muchos primos, y dice que a pesar de lo estricta que era su madre, en ocasiones, como cualquier niño, cometían algunas travesuras.
“Mi papá era comerciante de chicle. Lo dejaban en bodegas y uno de niño quería comer chicles, pero si no estaba procesado causaba problemas. Yo sabía cuál era el procesado y cuál no, entonces le di el no procesado a mi prima”, recuerda entre risas. En ese entonces tenía unos 7 años.
Por la cercanía de su pueblo con Belice, sus padres optaron porque estudiara en aquel país. “Yo estuve interna desde los 5 años. Es un convento con monjas, con sacerdotes. Un colegio privado católico que era lo que había”.
Para las vacaciones —de junio a septiembre—, como el sistema educativo beliceño era diferente, su madre no les daba descanso y optaba por mandarlos a la escuela de Guatemala “para seguir repasando y que no estuviéramos haciendo travesuras”.
A pesar de ser una niña que cursaba sus estudios en un sistema educativo estricto y con reglas en el hogar establecidas, Torres tiene muy presentes los momentos más divertidos que tuvo como niña al lado de sus padres.
“Disfrutaba los fines de semana con mi mamá y mi papá en el río. Almorzábamos a la orilla del río y eso era lo que había. Había piscinas en la ciudad, pero allá no existía más que el río”, insiste.
A los 16 o 17 años Torres se vio obligada a tomar una decisión. Quería prepararse, ser una persona de provecho en la vida, pero para hacerlo tenía que estudiar y eso significaba alejarse cientos de kilómetros de su hogar, de su familia y hasta de su cultura.
“No había universidades —en Petén—, era para seguir estudiando. Incluso hasta ahora empiezan —a haber universidades—, pero es poco, no hay todas las carreras, hay limitaciones y son parte de las oportunidades que tienen que tener los jóvenes hoy”, dice.
Sus hermanos mayores ya habían emprendido el viaje por las mismas razones a la capital. “Los primeros días me perdía, porque no conocía la ciudad”, relata la candidata que ha emprendido en los últimos tres procesos electorales giras de campaña que le han llevado a conocer toda Guatemala.
Universidad y empleo
Cuando Torres llegó a la capital y comenzó la universidad, como muchos jóvenes en Guatemala, tuvo que combinar su tiempo de estudio con el trabajo.
“Mi primer trabajo fue como maestra de inglés, era un colegio chiquito. Era un trabajo parcial, después tuve un trabajo formal en una empresa de cosméticos por catálogo” en el área de mercadeo, comenta.
“Ganaba Q400 y fui a enganchar mi carro con mi primer sueldo, porque no tenía. Me quedaba dormida en las camionetas”, refiere.
En la actualidad Q400 es poco dinero como para adquirir un vehículo, pero en aquellos años, según comenta, se podía hacer bastante con esa suma.
“El pasaje en las camionetas costaba 5 centavos, la libra de frijol costaba 5 centavos, una botella gaseosa estaba en 6 centavos. Era todo muy barato”, dice.
Aunque el dinero tenía mayor valor que en la actualidad, esa cantidad de dinero no era suficiente para enganchar un auto. Cuenta que caminó a la Avenida de La Reforma, llegó a un predio de autos usados y se le acercó el vendedor.
“Le dije que no tenía mucho pisto —solo podía pagar Q350—. Eso, porque el resto lo necesitaba para sobrevivir”.
En ese entonces vivía con su hermana, no pagaba alquiler, pero colaboraba con la comida para la casa.
En el predio le ofrecieron un vehículo Datsun, blanco, pero costaba Q1 mil 500. “No tengo ese dinero, le expliqué. Entonces él me respondió: ‘yo le voy a prestar’. Y me prestó el vendedor”, recuerda entre risas. Ella no creía lo que estaba pasando, pero el vendedor le dio la facilidad de cancelar en un plazo de seis meses.
Con el vehículo en su poder Torres recordó que su padre siempre le decía que con su primer auto debía fijarse bien que tuviera combustible, porque quedarse tirado por no tener combustible era sinónimo de no poder planificar.
“Mi papá nos decía que las mujeres se tienen que preparar, tienen que estudiar y ser profesionales, deben estar preparadas para la vida, porque si no le va bien con el matrimonio pueden ser económicamente independientes”, subraya.
La cultura machista de Guatemala fue un obstáculo gigante para ella, reconoce. Debía luchar contra corriente para salir adelante, tener oportunidades, y poco a poco ir haciéndose un nombre. “Mis primas se quedaron en el pueblo, pero mi papá tenía otra visión”, manifiesta.
Cuando llegó a la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac) su sueño era uno: ser periodista. Recuerda con nostalgia y alegría esos primeros pasos por las aulas de la academia.
Hizo prácticas en el vespertino La Hora, pero la vivencia no la convenció y se fue dando cuenta que ese campo no era el suyo, por lo que comenzó a hacer trabajos de comunicación, pero enfocados en publicidad y mercadeo.
Cuenta que no tuvo muchas fiestas universitarias, ni tiempo para participar en los famosos comités de huelga.
Fue avanzando en el campo profesional, a tal punto que pasó de empleada a empresaria, porque le fue posible ahorrar y armar una pequeña maquila luego de años de trabajo y dedicación.
“Yo siempre he generado empleo y es una gran diferencia. Sé cómo generar empleo y sé lo que pasa un empresario para poder pagar la planilla”, añade.
Torres se convirtió en madre tiempo después y recordó mucho la forma en que sus padres la criaron a ella, pero ya era una época diferente. “Es más difícil, pero hay que cuidar a los hijos, proteger a la familia, seguir con esa unidad familiar, porque es la base de la sociedad”, expresa con convicción.
Fue una etapa difícil como mujer, porque enfrentó limitaciones para poder continuar con una carrera profesional.
“Cuando nació mi segunda hija, a los ocho días tuve que viajar a Nueva York. La dejé con mi mamá, me saqué la leche materna, la dejé empaquetada y me fui a trabajar”, recuerda, al hacer énfasis en que haber tenido guarderías cerca de su casa habría sido una solución para ella y muchas madres. Sin embargo, es un apoyo que no está al alcance de la mayoría.
“La mujer económicamente activa sube más, pero hace falta esa protección y facilidad”, precisa.
Pasión política
En aquellos años Torres no tenía en mente nada relacionado con la vida política, a pesar de que su madre había sido alcaldesa. “Me resistía a meterme en la política”, expresa, pese a que era la única de su familia que no estaba inmersa en dicha actividad. Una perspectiva que, sin duda, experimentó un cambio significativo.
Su interés político comenzó en el 2003, “cuando conocí al ingeniero —Álvaro— Colom”, afirma.
El expresidente de Guatemala, a quien acompañó como su esposa durante el mandato 2008-2012, fue quien incentivó su interés por la política.
“Lo empecé a apoyar en las campañas”, expone. Torres fue parte de los fundadores del partido UNE, mientras Colom se alejaba de unas coaliciones que tenía y ella califica como “dinosaurios”.
“Aunque era fundadora del partido no fui miembro del Comité Ejecutivo hasta el 2012. No sé en qué momento me metí a la política”, declara con una sonrisa.
Ahora Torres disputa por tercera ocasión la presidencia de la República, y la mayor parte de sus planes de gobierno van de la mano con los obstáculos que enfrentó como niña, adolescente y mujer.
“Conozco los problemas, nací en Guatemala, crecí en Guatemala”, enfatiza. Dos décadas en la política le han permitido “conocer el país, a la gente”.
“—Siento— Más pasión y amor por mi pueblo. Cuando llego a un mitin lo más fácil es entrar por atrás y subir, pero yo lo hago por el frente y voy saludando, porque esa conexión con la población es parte de lo que le da a uno ese amor y pasión, que lo quieran a uno”, sostiene.
Torres se define con mucha pasión y determinación en lo que hace, y su carrera política lo demuestra. Fue capaz de levantarse después de uno de los episodios más duros que ha enfrentado a lo largo de su vida.
“He tenido momentos complicados; en el 2019, cuando me capturaron por un delito inexistente, por una gran injusticia. Por intereses políticos me querían expulsar del partido y casi lo perdemos. Era una persecución, porque Thelma Aldana quería ser candidata, y mucha judicialización”, asegura.
Fue uno de los momentos más amargos y también cuando se replanteó continuar en la política. “Clamé mucho a Dios, estuve cuatro meses detenida. Fue una situación difícil, más cuando se sabe que no hay nada ilegal. Aquí lo que quieren es mi cabeza, no se la voy a dar, pero me voy a hacer a un lado”, reflexionó entonces.
“No voy a poner en riesgo a mi familia, mis hijos; ellos me pidieron que me retirara. Cuando afecta a los hijos, eso rebasa cualquier pasión o interés. Con mis hijos que no se metan, como no voy a permitir que se metan con los hijos de los guatemaltecos”, fueron parte de sus consideraciones.
Pero ese episodio le dejó un aprendizaje de vida: “No confiar en todas las personas. La confianza es en Dios y a uno mismo. En la política hay muchas traiciones, como en todo, pero siempre he dicho que en la política no hay amistades, tan solo acuerdos”.
Torres podría convertirse en la primera mujer en ser mandataria del país y así quisiera ser recordada: “Como la primera y mejor presidenta de Guatemala, que salió por la puerta de adelante, y poder regresar a mi casa tranquilamente”.