La investigación sugiere centrarse en tecnologías que utilicen dióxido de carbono no fósil y almacenen el carbono de forma permanente.
Una revisión de la tecnología de captura y utilización de carbono (CCU) pone en duda la viabilidad de muchos de estos métodos para cumplir con los recortes de emisiones del Acuerdo de París.
La investigación sugiere centrarse en tecnologías que utilicen dióxido de carbono no fósil y almacenen el carbono de forma permanente, según publican sus autores en la revista ‘One Earth’.
A medida que la crisis climática se hace más inmediata, la tecnología de captura y utilización de carbono ha sido promocionada como parte de la solución.
El proceso consiste en aprovechar el dióxido de carbono de las emisiones o de la atmósfera y reutilizarlo y suele funcionar capturando las emisiones de dióxido de carbono de las centrales eléctricas o de la industria. Este dióxido de carbono se convierte entonces mediante electricidad, calor o catalizadores en un nuevo producto, como el combustible metanol.
«Suena muy bien, ¿verdad? –señala la autora principal, Kiane de Kleijne, investigadora del clima en la Universidad de Radboud (Países Bajos)–. Es tomar residuos problemáticos y convertirlos en un producto valioso. Pero evaluamos y armonizamos muchos estudios anteriores sobre el CCU, y esto nos mostró que el CCU no reduce las emisiones de forma consistente».
Para que una tecnología sea compatible con el Acuerdo de París, el IPCC nos enseñó que debe reducir a la mitad las emisiones de dióxido de carbono para 2030 y llegar a cero emisiones para 2050. De las 74 rutas de CCU revisadas, 8 cumplieron el objetivo de 2030 y sólo 4 fueron capaces de alcanzar las cero emisiones en 2050. De Kleijne y su equipo también evaluaron la madurez tecnológica del CCU, es decir, lo cerca que está la tecnología de estar lista para su uso generalizado.
«Si una tecnología no va a reducir mucho las emisiones y todavía está muy lejos de su comercialización, entonces quizá sea mejor redirigir la financiación a tecnologías que sí tienen el potencial de reducir realmente las emisiones de forma drástica», apunta De Kleijne.
Los investigadores evaluaron la eficacia de las tecnologías de CCU para reducir las emisiones a lo largo de toda la vida útil del proceso. En el caso de muchas CCU examinadas, los componentes de captura y conversión son muy intensivos en energía, y cuando el paso final del ciclo es la creación de algo como el metanol, el uso del producto final también genera emisiones.
«En muchos casos no reducen realmente las emisiones en comparación con el producto convencional, por lo que resulta problemático», afirma De Kleijne.
La revisión advierte que el potencial de las tecnologías de CCU podría desviar la atención de otras opciones más efectivas de reducción de emisiones, como la captura y el almacenamiento permanente de carbono y la reducción del consumo.
No obstante, el equipo examinó algunos sistemas de CCU de bajas emisiones que almacenan carbono a largo plazo y que, según de Kleijne, son prometedores. Por ejemplo, la carbonización de la escoria de acero para crear materiales de construcción puede secuestrar grandes cantidades de carbono que permanecerían almacenadas indefinidamente.
Además, si el carbono se captura directamente de la atmósfera o tras la combustión de biomasa que ha secuestrado carbono mediante la fotosíntesis, la utilización del carbono atmosférico puede reducir las concentraciones atmosféricas de CO2, algo que De Kleijne espera seguir investigando.
«Nos encantaría poder ampliar nuestro análisis un poco más, porque ahora hemos hecho esta evaluación para el CCU y no se ve muy bien –subraya–. Pero sería bueno poder compararlo con otras alternativas de sustitución de productos o servicios basados en combustibles fósiles».