Un dolor en la parte izquierda de su cuello es la secuela física que la migración de sus seres queridos ha dejado en el cuerpo de Nicolasa Guarcas. Sin embargo, la búsqueda de su hijo, que viajaba en el tráiler que se accidentó el pasado 9 de diciembre en Tuxtla Gutiérrez, le ha causado heridas más profundas y difíciles de sanar.
Richard Levi Ordóñez Guarcas, de 17 años, tenía un agujero en el lado derecho de su dentadura. En la parte de arriba un diminuto diente no llenaba todo el espacio y abajo, no tenía nada. Ese es el único rasgo físico que Nicolasa Guarcas, una mujer kaqchikel de 37 años, identificó en las fotografías del supuesto cadáver de su hijo, una de las más de 150 personas que viajaban en el tráiler que volcó en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 9 de diciembre de 2021. La persona que aparecía en las fotos que vio Nicolasa tenía el rostro desfigurado. Imposible de reconocer.
De inmediato, Nicolasa llamó a los coyotes con los que negoció para llevar a Richard, de forma irregular, a Estados Unidos
(EE. UU.). Ellos le confirmaron que el adolescente de 17 años iba en ese tráiler. “Nunca me dijeron que lo iban a mover encerrado en un tráiler… por el viaje de Richard íbamos a pagar Q30 mil, porque como es menor de edad lo iban a abandonar en la frontera para que se entregara a la Policía de Migración de Estados Unidos. El viaje que ellos llaman “especial”, pero que de especial no tiene nada porque los llevan a todos amontonados, costaba más de Q100 mil, porque lo iban a cruzar a escondidas por el desierto. Pero no tenemos tanto dinero para eso. Apenas prestamos los Q15 mil que dimos por adelantado a los coyotes. Todavía debemos ese dinero”.
En dos días en esa ciudad no pudo atravesar el muro, el cual empezó en el Servicio Médico Forense (Semefo). Ahí le mostraron las fotografías que le daban indicios del paradero de su hijo. Sin embargo, no le permitieron ver los cadáveres. “Yo di las descripciones de Richard y me dijeron que coincidía con la de un fallecido. Me mostraron fotos, pero el rostro y todo estaba hinchado y no me permitieron ver el cuerpo. Yo solo iba a estar convencida de que era él, si lo veía, pero no me dejaron”, dice Nicolasa, con un tono de voz en el que hace sentir su reproche, mientras abre la puerta del cuarto de Richard.
Una cama, un ropero y una mesa amueblan la habitación. Sobre la mesa, un pichel de plástico guarda frescas unas flores blancas, similares a las que crecen en el patio de la familia Ordóñez Guarcas. Junto a ellas, la madre colocó un vaso lleno con agua, el cual, según la costumbre, sirve de ofrenda para las personas fallecidas. En el techo, una manta de color verde limón reduce la intensidad de la luz que da el foco led que alumbra el pequeño cuarto.
Mientras camina hacia el patio de su vivienda, Nicolasa cuenta que uno de sus contactos en la Fiscalía es una de las psicólogas que brindan apoyo a las víctimas y a sus familiares. La última comunicación que tuvo con ella había sido hace cinco días. La llamó en búsqueda de respuestas, pero no obtuvo nada. Todo seguía igual, ningún resultado de la prueba de ADN. Pensó en ir de nuevo a México, pero la psicóloga la detuvo en su iniciativa. Le dijo que sin los resultados de estos análisis no iba a poder atravesar las barreras de la burocracia. El viaje a Tuxtla le había costado Q6 mil y no había encontrado lo que buscaba.
La identificación y la búsqueda de víctimas, sobrevivientes o mortales, ha sido cuesta arriba para las familias. Algunas tuvieron que viajar de forma irregular a México para conocer el paradero de un hijo, un primo, un hermano o un padre. Aún no hay un dato exacto de los guatemaltecos que iban en el tráiler y que pudieron haber fallecido o sobrevivido al accidente. Entre adultos y menores de edad, entre 15 y 17 años, se han contabilizado 119 guatemaltecos. En las últimas dos semanas han repatriado 19 cuerpos y retornado de forma oficial 74 guatemaltecos. El resto ha regresado solo, bajo la misma clandestinidad con la que pensaban atravesar México y cruzar hacia Estados Unidos.
“Como que me quiere volver esa enfermedad. A veces no quiero pensar, porque me enfermo y entonces lo que quiero es encontrarlo (a Richard) sea como sea, para no estar más con dudas, que no me dejan sacar ese dolor que tengo adentro… no puedo, solo estoy como en neutro”, dice Nicolasa mientras se toca el lado izquierdo de su cuello para localizar el dolor que ha vuelto y que trata de aliviar con pastillas para los nervios.
Nicolasa no da muchos detalles de su esposo y su hijo. Cuida de mantener ocultos a sus seres queridos. El padre de Richard tiene dos años viviendo en Nueva York con su hijo de 18 años. Ambos migraron en 2019, cuando ya no podía pagar una deuda que se elevó a Q200 mil, un dinero que utilizaron para sembrar café. Las tendencias del mercado global del café jugaron en contra de la familia Ordóñez Guarcas, quienes a pesar de sus escasos recursos querían emprender un negocio. Según la Organización Internacional del Café, ese año el precio promedio de la libra de café llegaba a US$1, cuando el costo de producción por esa misma cantidad cuesta hasta 40 centavos de dólar más.
“No ganamos nada y el por el préstamo que hicimos nos cobraban el 15 por ciento de intereses. Por eso mi esposo y mi hijo se fueron para Estados Unidos, para pagar la deuda por la siembra de café y el préstamo que hicimos para pagar el viaje a los coyotes”.
Al padre de Richard y a su hermano, los bajos precios del café y una deuda imposible de pagar desde Guatemala fueron los que los obligaron a migrar. A Richard Levi fue el desánimo y las complicaciones para estudiar que generó la pandemia las que le provocaron la idea de migrar. De ir a trabajar junto a sus parientes a Estados Unidos y hacer esa casa que no han podido construir, porque todo este tiempo se han dedicado a pagar las deudas.
En 2020, Richard empezó a estudiar bachillerato en medicina, pero las medidas de prevención contra el contagio de COVID-19 trasladaron las clases a la forma virtual. La familia instaló su propia antena de wifi, porque les salía más barato, y así Richard podía conectarse desde su celular. Sin embargo, esa modalidad le complicó el aprendizaje de matemáticas y química, por lo que perdió en varias ocasiones esas materias. Decidió que no recuperaría las asignaturas reprobadas y que no se graduaría. Que el futuro estaba en Estados Unidos.
Richard no es el único con esta idea de ver el futuro fuera de Guatemala. El éxodo de la población jóven de Guatemala es una situación similar a una ola que no deja de crecer. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 7 mil 150 menores de edad fueron deportados desde México y Estados Unidos en 2021. El 67.7 por ciento de esta niñez y adolescencia que huye respondió que la causa que originó su migración fue la búsqueda de un empleo en el país norteamericano.
Nicolasa asegura que insistió para que su hijo continuara estudiando, pero que a pesar de su insistencia no pudo hacer nada en contra de la idea de migrar. Tampoco pudo hacerlo su padre, quien tras conocer que su hijo viajaba en el tráiler que se accidentó y al no obtener respuestas sobre su ubicación, decidió no ir a trabajar durante una semana. No tenía los ánimos y fuerzas para salir a la calle. El padre y el hermano de Richard no tienen trabajo fijo en Estados Unidos. Son parte de los grupos de hombres hispanos que contratan por día algunas pequeñas empresas sin recibir el pago mínimo.
El dolor de cuello le hace recordar a Nicolasa que la migración solo le ha generado penas y frustración. Sin embargo, no esperaba un golpe como el que recibió el 9 de diciembre de 2021.
El seis de enero de 2022 la respuesta que creía que la calmaría llegó. Nicolasa ya no tiene dudas, solo dolor. “Mi corazón está de luto, mi alma está de duelo, hay llanto en mis ojos, no sé si pueda superar tu partida”, se lee en la nueva fotografía de WhatsApp de Nicolasa. Antes, la madre tenía una de las dos únicas fotos que quedaron de Richard como adolescente.