Juan Catú Calel se levanta de su silla para tomar una mazorca de maíz negro que está sobre la mesa de reuniones de las autoridades de la Alcaldía Indígena Ancestral de San Juan Comalapa. Deja su asiento, solo para resaltar la importancia que tiene para ellos ver hacia el cielo para iniciar una siembra de maíz. Si la Luna está llena es tiempo de lanzar las semillas a la tierra, porque si está en cuarto creciente la milpa no será tan fuerte para resistir el viento.
Es un conocimiento que heredaron de sus ancestros kaqchikeles, de sus abuelos, tanto como la mazorca que sostienen sus manos y que aún no ha sido desgranada. Ese día cuatro integrantes de la Alcaldía Indígena Ancestral de San Juan Comalapa –municipio de Chimaltenango, en el Altiplano central del país– exponen las razones por las que quieren que sus vecinos utilicen solo semillas nativas, esas que cada cosecha han guardado por generaciones. Es su manera de garantizar la seguridad alimentaria en su municipio y tratar de conservar todos los nutrientes y la calidad que el maíz de esa área tiene.
Para fomentar el uso de las semillas nativas, el presidente de las autoridades indígenas de San Juan Comalapa, Julio Simón, hizo un experimento. Sembró, en un terreno de 12 metros cuadrados, un poco de maíz mejorado que le costó Q35 la libra en un agroservicio. Estas semillas mejoradas son parte de los cruces naturales que se han hecho en el Instituto de Ciencia y Tecnología Agrícolas (ICTA) para obtener mejores resultados en las cosechas y así enfrentar la adaptación al cambio climático. Estas variantes suelen ser más utilizadas por los agricultores de los territorios bajos de Guatemala y con climas más secos, como Chiquimula.
La avenida de ingreso y egreso de San Juan Comalapa se encuentra llena de murales que relatan la historia de ese pueblo kaqchiquel.
Mientras camina por su terreno, a un costado de la casa en donde su esposa e hijas elaboran tejidos típicos, Julio Simón muestra la diferencia entre la cosecha de ambas semillas. El elote que surgió de las semillas criollas de San Juan Comalapa alcanza hasta los 30 centímetros. El que proviene de la semilla mejorada apenas llega a los 20 centímetros. “Parece más un elote que se da en la costa”, explica el Alcalde indígena.
Las diferencias se manifiestan a simple vista. La milpa de la semilla nativa de San Juan Comalapa es más alta y se encuentra más cargada en comparación de la mata que se originó de la semilla que compró. Esto también se observa en el elote: el nativo de esa región es más grande y redondo, el otro es más pequeño y uniforme. El presidente de los alcaldes indígenas de Comalapa asegura que las cosechas de maíz nativo son más generosas, porque una cuerda de terreno sembrado les puede dar hasta 12 quintales y eso es justo para ellos.
El objetivo del experimento de Julio Simón fue para reafirmar su convicción de que se debe seguir la costumbre de guardar los mejores elotes de cada cosecha para después lanzar ese maíz a la nueva siembra. Con ese acto busca que el resto de sus vecinos no compren la semilla en los agroservicios, sino que cuiden, conserven y mejoren ellos mismos las semillas nativas, por medio de métodos más orgánicos, que se ajusten a sus conocimientos y creencias. Esto para evitar ser invadidos con variables de otras áreas y, sobre todo, para que la tradición en el proceso de cosecha, no solo de maíz, sino también de frijol, piloy y hierbas originarias, logren resistir ante una “amenaza más grande”: las semillas transgénicas, que son resultado del cruce en laboratorio de material genético de dos especies diferentes.
Cuatro de las 13 autoridades indígenas kaqchiqueles que buscan promover el uso de la semilla ancestral para los cultivos.
La lucha contra los transgénicos
“La semilla es lo más sagrado que existe y lo más sagrado que nos han dejado nuestros abuelos. Cuando tenemos la semilla en nuestras manos debemos cuidarla como a un bebé, porque a lo largo del tiempo generará más vida y esa es nuestra semilla. Por eso dicen nuestros compañeros que hay que guardar nuestra semilla como un bebé en las manos, porque necesita cuidado y protección y no dejar que muera fácil”, dice Emiliana Catú, la única alcaldesa en esa organización indígena, quien ha tenido a su cargo ejecutar las acciones legales para evitar que en el país se regule el uso, la producción e ingreso de semillas transgénicas.
El hecho de que las semillas transgénicas no se encuentren regularizadas en el país, no significa que no se utilicen, ya que se emplean en la siembra de tomates, hortalizas y de algunas frutas. Sin embargo, estas modificaciones biológicas aún no han tocado de manera directa al maíz, pero las autoridades indígenas temen que, con la vigencia del Reglamento Técnico de Bioseguridad de Organismos Vivos Modificado, el uso de estas variaciones se expanda y erradique la semilla nativa y la biodiversidad en Guatemala.
Emiliana Catú explica que es por medio de la polinización que se dan los cruces naturales de semillas, lo cual no es un problema siempre que esta mezcla suceda entre semillas nativas. El problema es que se dé con semillas transgénicas, porque el contenido genético de estas es más fuerte y terminaría invadiendo y modificando totalmente la semilla originaria de Comalapa. No habría biodiversidad en caso de que esto suceda.
En los murales de San Juan Comalapa están representados los cuatro colores de maíz que se dan en esa región: amarillo, blanco, negro y rojo. Foto: Jesús Alfonso/ elPeriódico
Para evitar que cualquier reglamento regule el uso, producción e ingreso de transgénicos en Guatemala, la Alcaldía Indígena Ancestral de San Juan Comalapa ha apoyado la presentación de cuatro amparos en la Corte de Constitucionalidad (CC) y uno en la Corte Suprema de Justicia (CSJ).
Este último amparo en la CSJ fue el que detuvo el 4 de septiembre la vigencia del Reglamento Técnico de Bioseguridad de Organismos Vivos Modificado, que había sido aprobado en julio de este año por parte del Ministerio de Economía (Mineco) y el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (Maga), así como otras tres instituciones.
Esta acción retrocedió el proceso de aprobación del reglamento y obliga a que las instituciones estatales respondan y consulten a las organizaciones de pueblos indígenas sobre la regularización de semillas transgénicas en el país.
Emiliana Catú asegura que esta no es la única forma en que están tratando de evitar que los transgénicos “contaminen” la genética de las semillas nativas. También tratan de buscar apoyo en la oficina del Procurador de los Derechos Humanos y con algunas bancadas para presentar la iniciativa de ley de Biodiversidad, la cual no solo protegerá a las semillas nativas, sino también a otros recursos naturales como el agua.
Emiliana Catú es la representante de la Alcaldía Ancestran Indígena de San Juan Comalapa encargada, de administrar los procesos legales en contra de la regularización del ingreso de semillas transgénicas. Foto: Jesús Alfonso/ elPeriódico
Hacia lo orgánico
Las cuatro autoridades indígenas se encuentran reunidas a un costado de la siembra de Julio Simón. Emiliana Catú sostiene un elote rojo, otro negro, un blanco y un amarillo. Los cuatro han sido guardados para lanzar en la próxima cosecha y de esa manera mostrar la calidad de elotes que producen las semillas nativas.
Es en ese momento que el alcalde indígena Julián Bal menciona otros de los esfuerzos que están haciendo para “desintoxicar” sus tierras y cultivos. Explica que en Europa y Estados Unidos las estanterías de los supermercados cada vez más se llenan de alimentos con certificados que garantizan que fueron cosechados de una manera orgánica.
Bal asegura que ese es el camino, no solo para garantizarse una soberanía alimentaria que no dependa de la compra de químicos y sea más saludable, sino que también se convierta en una oportunidad de negocio. Actualmente se estima que un 10 por ciento de los productores de San Juan Comalapa están aplicando métodos orgánicos para cultivar.
Julio Simón camina por la pequeña siembra que hizo con otro tipo de maíz. Foto: Jesús Alfonso/ elPeriódico
La autoridad indígena explica que esto es un proceso paulatino, porque la mayoría de agricultores utilizan agroquímicos para matar plagas de insectos y mejorar el crecimiento y producción de sus cosechas. Sin embargo, piensa que lo importante es que ya se dieron los primeros pasos y que la Asociación de Productores Comalapenses (Asproc) ha iniciado la creación de bioinsumos a base de materia orgánica.
Julián Bal concluye que el cuidado, conservación y mejoramiento de la semilla nativa de San Juan Comalapa, así como el uso de productos orgánicos para las cosechas, es parte de un proceso integral que busca generar menos dependencia de la compra de insumos para la siembra, que ha sido otra forma de “esclavizar” al pequeño agricultor.