Aferrándose a los últimos atisbos de esperanza de un sueño que compartían, hombres se embarcaron en una misión prácticamente suicida.
Un hombre pasó su infancia en las laderas del noreste de Afganistán soñando con ser soldado del gobierno respaldado por Estados Unidos. El otro se matriculó en secreto en una academia militar, en contra de la voluntad de sus padres, decidido a demostrar su valor en el campo de batalla.
Ambos hicieron carreras destacadas durante la guerra y huyeron de su país junto con otros comandos cuando los talibanes tomaron el poder en agosto de 2021. Pero la primavera pasada regresaron, dirigiéndose a una casa segura en las montañas del norte de Afganistán.
“Debemos levantarnos y defender nuestra libertad, incluso frente a cualquier cosa”, aseguró uno de los hombres, Akmal Amir, en un video que grabó esta primavera desde su escondite.
Los dos hombres —Amir, de 33 años, y Basir Andarabi, de 35— habían establecido un vínculo en el exilio por la determinación común de recuperar su patria. Sabían que quizá era imposible. Pero la toma del poder por parte de los talibanes fue tan repentina e impactante que no podían aceptar la derrota; les pareció más un capítulo de la guerra que su epílogo.
Así que, aferrándose a los últimos atisbos de esperanza de un sueño que compartían, se embarcaron en una misión prácticamente suicida: derrocar a los talibanes.
Alzando la voz en contra de la corrupción
Amir y Andarabi se criaron en las altas cumbres y los valles fluviales de las provincias vecinas del noreste de Afganistán y alcanzaron la mayoría de edad alrededor de la época en que Estados Unidos invadió el país en 2001.
La familia de Andarabi era una de las más pobres de su distrito, según sus amigos y parientes, y era conocido por robar manzanas y cerezas del huerto de su escuela primaria a la hora del almuerzo. Ya de niño soñaba con ser militar, recordaban sus amigos. Para él, las fuerzas militares eran grandes igualadores en una sociedad muy desigual, una profesión en la que, si trabajaba de manera ardua y se armaba de valor, podría convertirse en alguien digno.
Llegó a dirigir un pelotón de comandos de élite, ganándose rápidamente una reputación por su inquebrantable dedicación a sus hombres. Incluso cuando tenía que estar en descanso, a menudo se ofrecía para participar en operaciones militares y con frecuencia decía a sus hombres que, si ellos no podían traer la paz a su patria, nadie podría, según sus antiguos compañeros.
En 2020, un video en el que Andarabi reprendía a un oficial que entregaba a sus hombres menos comida de la prometida se hizo viral en redes sociales. La comida “es el derecho del soldado que lucha en el polvo de los distritos lejanos, pero aquí usted la está robando”, decía en el video. Aquel momento le dio fama por denunciar la corrupción que asolaba al gobierno respaldado por Occidente y lastraba la labor de sus fuerzas militares.
Al igual que Andarabi, Amir estaba decidido a alistarse en el Ejército. Tras graduarse del bachillerato y ser admitido en un programa universitario de Ingeniería, el testarudo adolescente ocultó su decisión a sus padres y solicitó plaza en una academia militar de Kabul. Cuando le ofrecieron una plaza allí, no hubo manera de disuadirlo, según sus familiares.
Cuando los talibanes avanzaron con rapidez por el país en el verano de 2021, ambos hombres reforzaron su determinación, incluso cuando las fuerzas militares para las que luchaban se desmoronaron y los oficiales afganos a los que servían huyeron.
Cuando Andarabi se enteró de que las fuerzas talibanes se acercaban a su ciudad natal, en la provincia de Baglán, se apresuró a liderar su defensa. Animó a cientos de personas a tomar las armas en otro discurso que circuló por las redes sociales. En el transcurso de los combates, resultó gravemente herido en un ojo y fue enviado a la India para recibir tratamiento médico.
Por aquel entonces, Amir se ofreció para abandonar su puesto en Kabul y combatir en la provincia de Helmand, donde se producían duros enfrentamientos entre las fuerzas talibanes y los soldados del gobierno. Tras una semana en Helmand, se dirigió a su ciudad natal, en la provincia de Kapisa, para dirigir allí la defensa y luego a la provincia de Panjshir, el último reducto contra los talibanes.
Cuando cayó Panjshir, Amir se escondió en la ladera de una montaña, decidido a mantener viva la lucha. Pero ante la escasez de suministros, cuatro meses después huyó al vecino Irán, donde Andarabi también se había refugiado tras recibir el alta hospitalaria en la India.
La resistencia
Los dos hombres se encontraron en Irán como parte de una comunidad de antiguos comandos afganos. Para entonces, Andarabi ya no tenía la misma actitud afable de antaño, víctima de la toma del poder por los talibanes, según cuentan sus amigos en Irán. Solo hablaba de recuperar el país. Cuando otros excomandos le plantearon la posibilidad de empezar una nueva vida en Estados Unidos, les reprendió.
“Cuando vayas a esos países, ¿quién protegerá a tu hermana, a tu madre?”, recordaba un amigo de Andarabi, Bashir Akbari, de 32 años. “¿Qué será de tu honor?”.
Amir y Andarabi crearon un vínculo gracias a su determinación común de liberar su patria y acordaron unirse a uno de los grupos de resistencia armada que se comprometieron a derrocar a los talibanes.
El último enfrentamiento
Cuando los hombres regresaron a Afganistán esta primavera, se disfrazaron, se dejaron crecer la barba y el pelo hasta que les caía cerca de los hombros. Amir dijo a sus familiares que se iba a Turquía y solo confió sus verdaderos planes a su hermano.
“Antes de partir, me dijo que tenía un 20 por ciento de posibilidades de sobrevivir”, relató Mohammad Hares Ajmal, hermano de Amir. “Pero me dijo: ‘No hay otro camino, tengo que ir y liberar al pueblo de la opresión de los talibanes’”.
Los dos se dirigieron a un escondite nevado cerca del paso de Salang, una carretera de montaña crucial que conecta Kabul con el norte de Afganistán. Allí se unieron a otros nueve rebeldes con órdenes de construir un centro de operaciones y coordinar una ofensiva de primavera entre pequeños equipos de otros rebeldes.
Sin embargo, semanas después, la unidad de inteligencia de los talibanes detuvo a dos hombres de una aldea local que habían estado apoyando al equipo con alimentos y municiones, según los combatientes de la resistencia. Los hombres revelaron más tarde que habían confesado la ubicación del escondite, señalaron los combatientes.
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Cuando cesó el suministro de alimentos, Amir y Andarabi se dieron cuenta de que algo iba mal. Se trasladaron a otro escondite cercano, pero una vez que los militares talibanes fueron informados de su paradero inicial, parecía que la suerte del equipo estaba echada.
Poco después, hacia las 11 de la noche, casi 35 vehículos talibanes y cientos de soldados abrieron fuego contra su segundo escondite, arrollando al equipo. El tiroteo duró hasta el amanecer y acabó con la vida de Andarabi y Amir.
Sus muertes marcaron el final de una ofensiva de primavera que en realidad nunca comenzó. La lucha había terminado. Después de veinte años y una guerra fallida, los hombres habían vuelto a perder.