Un pandillero de la 18 da una oración de agradecimiento por la cena de Navidad que están a punto de degustar.

  • Roberto Valencia*
  • Role,Especial para BBC News Mundo, Tecoluca, El Salvador
  • 58 minutos

«De aquí no sale nadie; el que cumple su condena es recapturado inmediatamente», dice Berlamino García.

Aquí es el Cecot, el acrónimo elegido para el Centro de Confinamiento del Terrorismo, pero que en las calles de El Salvador se conoce más como la megacárcel de Bukele.

Y Belarmino García es su director desde que inauguraron esta enorme prisión, hace menos de 11 meses.

Hoy es 24 de diciembre, el sol se está poniendo y en una hora estaré cenando arroz y frijoles entre pandilleros de las estructuras criminales Mara Salvatrucha (MS-13), Barrio 18-Sureños y Barrio 18-Revolucionarios, causantes de una espiral de violencia que dejó miles de muertos en el país centroamericano.

La visita fue gestionada ante la Secretaría de Comunicaciones para poder compartir la cena de Navidad con pandilleros primero y con custodios después.

Pero antes, Belarmino me hará un tour exprés.

Llevo 15 años ingresando en centros penales de Centroamérica y esto es otra cosa, definitivamente.

De entrada, sus dimensiones son colosales: 236.000 metros cuadrados, el equivalente a cinco veces el Zócalo de Ciudad de México. Muy pocas cárceles en el mundo ocupan más espacio.

«El muro principal tiene 9 metros de altura y otros 3 metros de barda electrificada; 15.000 voltios nada más –dice Belarmino, con un dejo de orgullo–, ¡15.000 voltios! Con sólo acercarse ahí, uno muere de un solo toque».

Belarmino es bajito y campechano. Habla con satisfacción de sus 17 años en la Dirección General de Centros Penales de El Salvador, y de su carrera fulgurante.

«Yo vengo desde agente», dice.

Ahora dirige «este monstruo», con mil personas bajo su mando, sin contar los 250 agentes policiales destacados y los 600 militares que cuidan el perímetro.

Una enorme construcción

Hace año y medio, el sitio donde se levantó esta mole de cemento -en Tecoluca, departamento de San Vicente-, eran tierras de cultivo en las faldas del volcán Chichontepec.

Ubicada a unos 70 kilómetros de la capital, San Salvador, desde su inauguración ha estado rodeada de polémica y secretismo, y denuncias de abusos, aislamiento, torturas y muertes por golpizas.

El presidente Nayib Bukele Bukele se refirió a ella en la red social X (antes Twitter) como «la cárcel más criticada del mundo», y en las últimas semanas se ha permitido el ingreso grupal de algunos medios locales e internacionales.

Visitarla en Navidad es un rareza.

El propio Bukele -alabado por amplios sectores de su país por sus logros en materia de seguridad- anunció en su momento que el Cecot podrá podrá alojar a «40.000 terroristas, quienes estarán incomunicados del mundo exterior»,una cifra bastante abultada paraun país como El Salvador, de apenas 6,3 millones de habitantes.

Por comparar, la prisión de Mármara, en Turquía, cerca de Estambul, está registrada en el Libro Guinness de los Récords como la más poblada del mundo: 22.781 reos en noviembre de 2019, pero ocupa casi el doble de espacio que la salvadoreña, y se diseñó para albergar a unas 11.000 personas.

Pero Turquía tiene 85 millones y los otros países con megacárceles que recoge el Libro Guinness de los Récords son Estados Unidos e India, con poblaciones de 340 millones y 1.400 millones de habitantes respectivamente.

Imagen aérea del Centro de Confinamiento del Terrorismo, conocido popularmente como la megacárcel de Bukele.

Lo cierto es que, hoy, a punto de cumplirse 11 meses desde la inauguración, son poco más de 12.000 los internos, menos de un tercio. ¿Por qué?

«Son las estrategias de seguridad de las autoridades; ellos determinan cuándo y en qué momento se hacen los traslados», responde evasivo Belarmino.

Una cena como la de todos los días

La megacárcel de Bukele tiene ocho módulos gigantescos –ocho penalitos independientes, en palabras de Belarmino–, de los que seis están ocupados por emeeses y dieciocheros.

En los otros dos hay reos en fase de confianza, que no son mareros ni están enjuiciados por delitos graves, y que trabajan en el mantenimiento y limpieza del recinto; por cada ocho horas laboradas reducen dos días su condena.

Después de caminar 800 metros desde el portón de acceso, llegamos al Módulo 3, ubicado en la esquina nororiental del rectángulo que es el Cecot. Pasan unos minutos de las 6 de la tarde y afuera ya es de noche.

Al ingresar en la nave están sirviendo la cena.

Internos recogen su cena y su café de este 24 de diciembre.

Los pandilleros no salen de sus celdas, nada que ver con el lugar común al que Hollywood nos tiene acostumbrados, de comedores multitudinarios en los que ocurren peleas y ajustes de cuentas.

La comida la suministra una empresa, tres veces al día.

Reos en fase de confianza la racionan en otro sector del penal y entregan a través de las rejas un táper y un vaso plástico por cada interno.

Creí que, por ser una fecha tan señalada, el menú tendría alguna concesión, pero autoridades y pandilleros me dicen que no.

Comeremos un puño de arroz insípido, un caldo hecho a base de frijoles y dos tortillas de maíz finitas, de las que se usan para tacos. De bebida, un café ralo.

Eso mismo comen todos los días, desayuno, almuerzo y cena. La única alteración –me dice Belarmino y me confirmará luego el Paisa de la 18-Sureños– es que el arroz se sustituye por espaguetis.