El primer ministro británico, Boris Johnson, sobrevivió este lunes a la rebelión de su propio Partido Conservador, pero el gran número de diputados que le retiraron la confianza siembra enormes dudas sobre su capacidad de mantener el cargo a medio plazo.

Pese a que 211 parlamentarios “tories” le apoyaron en una moción de censura interna, frente a los 148 que votaron contra él, el resultado coloca a Johnson en una posición frágil de la que le resultará complicado salir.

Se trata más que nunca de una victoria pírrica, entendida, en su acepción original, como aquella en la que el vencedor sale peor parado que el vencido.

Ha tardado, pero las heridas abiertas por el escándalo de las fiestas ilegales en Downing Street durante la pandemia, que desangran desde hace meses la popularidad del Ejecutivo, comienzan a pasarle factura en sus propias filas.

Y en la despiadada tradición del partido “tory”, muchos de sus diputados no han dudado en revolverse contra el líder una vez que es percibido como una debilidad ante el electorado.