Haydi y su hijo de dos años lograron entrar a Estados Unidos por Texas, a pie, junto con otros migrantes centroamericanos. Pensó que le darían refugio, pero la enviaron de regreso en un avión a México y luego en bus hasta Guatemala, por un paso fronterizo sin control.

“Fue un engaño porque nos habían dado ilusiones de que íbamos a pasar. Y, de repente, cuando miramos, nos subieron a los aviones y… deportados. Pero sin una firma ni nada”, explica Haydi Consuelo, guatemalteca de 23 años, mientras descansa en el patio de la Casa del Migrante en El Ceibo, un pueblo en la frontera a unos 550 km de la Ciudad de Guatemala.

Desde hace varios días, este paso fronterizo con escasa presencia del Estado guatemalteco es usado por México para retornar a migrantes que antes llegaron deportados a su territorio desde Estados Unidos, vía aérea.

“Estrategia perversa”

Aunque no hay cálculos oficiales, las organizaciones humanitarias que prestan ayuda en el lugar estiman el arribo diario de hasta 600 personas.

Las instalaciones de la Casa del Migrante, una organización manejada por misioneros scalabrinianos, no se da abasto.
Mientras los migrantes acomodan sus cosas, algunos de sus hijos revolotean por entre las maletas, mochilas, zapatos y colchones que están regados por el patio. Solo se les permite una noche de descanso. Luego deben salir para dar su sitio a los que vienen detrás.

“Están retornando hondureños, nicaragüenses, salvadoreños. Y hay toda una estrategia perversa de disimular grupos de población, porque notamos que primero ingresan los guatemaltecos y en los últimos buses venían los hondureños y nicaragüenses”, dijo el director ejecutivo de la ONG Refugio de la Niñez, Leonel Dubón.
“Pareciera que está haciéndose de mala fe de parte del Gobierno mexicano”, agregó.

Sin aviso ni control

Al caer la tarde, el ruido del motor de los buses con migrantes irrumpe por una solitaria carretera que conecta México con Guatemala, por el lado norte. El Ceibo es el punto de frontera más alejado de la capital.
No hay infraestructura para controles migratorios ni para adoptar medidas de bioseguridad por la pandemia de COVID-19.

El gobierno de Alejandro Giammattei asegura que nunca fue informado de esa operación.

“La Cancillería ha solicitado información oficial a México y a Estados Unidos sobre estos movimientos migratorios irregulares”, manifestó en una declaración.

El gobierno recordó que los pasos autorizados para las deportaciones son el Salón de Retornados en el aeropuerto de la capital, vía aérea, o la frontera de Tecún Umán, vía terrestre, donde hay infraestructura para recibir personas.
La crisis migratoria se ha incrementado a raíz del desempleo provocado por la pandemia, desastres naturales y la violencia del crimen organizado.

Tras las severas políticas antimigratorias de Donald Trump, los centroamericanos cifraron sus esperanzas en Joe Biden, cuyo gobierno ya dejó en claro a los migrantes irregulares que “no vengan”.

Lo volverán a intentar

Profesora hondureña, Gloria Amador Gutiérrez, de 32 años, tenía el anhelo de migrar a Estados Unidos con su hija. Salió por tierra con un grupo de más de 20 personas el 30 de julio, y este 19 de agosto llegó deportada a Guatemala.

“También vienen (deportados) abogados, licenciados. No hay empleo y decidimos luchar por nuestros hijos y darles una mejor educación yéndonos al extranjero. Tenemos familiares en Estados Unidos que aún nos siguen esperando”, explica.

“Pensamos estar relajados un momento en Honduras, y si Dios lo permite lo vamos a intentar nuevamente”, confiesa.

“Entrando a Guatemala todo bien (en la ida). Llegando a México fue otra historia, fue algo duro para todos los que íbamos. No es nada fácil seguir el sueño americano. Estuvimos a 15 minutos de lograr el objetivo pero en un llano nos lograron atrapar”, cuenta Onán, de 32 años, primo de Gloria. También va con su hija en brazos.
“Retorno a mi país a pensar las cosas (…). Sí lo volvería a intentar”, comenta.

No vuelve

El agricultor guatemalteco José Jiménez cruzó a Estados Unidos pero fue detenido y enviado de regreso. Viajaba con su hijo.

Para emprender la travesía desde su pueblo, Jalapa, pidió un préstamo de US$5 mil 500, que era lo que le cobraba el traficante de personas, además, otros Q1,300 que eran parte de sus ahorros. Lo perdió todo.

“Los coyotes dicen que sí está abierto (el paso a EE. UU.) y cuando uno está allá lo único que hacen es exigir el dinero para cruzar el río a Estados Unidos, si no lo amenazan de muerte a uno y si uno no paga lo entregan a la mafia y asunto arreglado”, cuenta.

No volverá a intentarlo. “Está duro, todos sufrimos, más los niños”, confiesa.