Viaje al centro de los libros.
La cárcel en tiempos de paz, después del conflicto armado, se ha convertido en purgatorio de opositores políticos, vía el comercio de acusaciones y delaciones dudosas, opacas, en una Guatemala donde infractores confesos andan libres por las calles e inocentes purgan penas en prisiones repletas de maleantes y víctimas de su circunstancia.
Hay una larga lista de ejemplos de intelectuales que han pasado por la cárcel, empezando por Rafael Landívar, encarcelado y expulsado de su propia patria. José Batres Montúfar estuvo en una celda de San Salvador, donde aprendió la melancolía e ironía que luego plasmó en sus poemas y leyendas. Gran admirador suyo fue José Martí, condenado a prisión, que vino a Guatemala a aprender el desengaño, e hizo prensa y se convirtió en mártir de la Independencia de Cuba.
Escribir puede conducir a la cárcel. Así le ocurrió a Ismael Cerna, nacido en las faldas del volcán de Ipala, que fue encarcelado por su oposición a Justo Rufino Barrios, a quien dedicó las siguientes líneas: “¿Y qué! Ya ves que ni moverme puedo y aún puedo / desafiar tu orgullo vano. ¡A mí no logras infundirme / miedo con tus iras imbéciles tirano! Soy joven, fuerte soy, soy inocente / y ni el suplicio ni la lucha esquivo; / me ha dado Dios un alma independiente, / pecho viril y pensamiento altivo”. Lo que le ganó un segundo periodo en la cárcel, y en el exilio escribió e interpretó una obra de teatro titulada ‘La penitenciaría de Guatemala’. Luis Cardoza y Aragón recuerda con iracundia cuando fue llevado niño ante el tirano Manuel Estrada Cabrera, quien le hizo cariño en la cabeza, mientras su padre “sobreviviente del déspota” había sido preso político y salvado milagrosamente del fusilamiento. A Mario Monteforte Toledo le tocó sufrir meses en la cárcel por ideas políticas, y de esa experiencia habrá surgido la fuerza de su novela ‘Una manera de morir’.
Fue Miguel Ángel Asturias quien mejor retrató la experiencia de la cárcel en ‘El Señor Presidente’, primero en el capítulo XVIII, ‘Habla en la sombra’, donde no se ve nada, están a oscuras, solo se escuchan las voces del estudiante, el sacristán y el licenciado Abel Carvajal. Una de las voces dice: “¡Hablen, sigan hablando, no se callen por lo que más quieran en el mundo, que el silencio me da miedo, tengo miedo, se me figura que una mano alargada en la sombra va a cogernos del cuello para estrangularnos!”. El sacristán cuenta que está preso por no saber leer, porque quitó por error del cancel el aviso del jubileo de la madre del Señor Presidente, y por tal acto fue acusado de revolucionario. Y más adelante, en el capítulo XLI, ‘Parte sin novedad’, describe de manera trágica a Miguel Cara de Ángel corrompiéndose en las bóvedas donde “la luz llegaba de veintidós en veintidós horas”, por el atrevimiento de haberse involucrado con la hija de un general opositor.
La ficción y la realidad se cruzan en pleno siglo XXI. Jose Rubén Zamora, nuestro director, lleva dos fines de semana recluido, viviendo una experiencia de aislamiento suavizada emocionalmente por las múltiples muestras de apoyo nacional e internacional. En noviembre de 1996, días antes de la firma de la paz, salió el primer número de ‘elPeriódico’, en el cual también apareció la primera entrega de este viaje al centro de los libros, que ha permanecido por más de un cuarto de siglo porque Jose Rubén cree en los libros y en la cultura. Con los años sumé un espacio en la página dedicada a opinión, donde nunca he sido censurado, se me dio libertad, ese derecho que a él se le ha quitado, a pesar de existir en la relación con la prensa una figura admitida, equivalente al antejuicio que protege de persecución política a los funcionarios electos, no declarada pero asumida para proteger al cuarto poder. Coartar la libertad de expresión podría generar un daño irremediable a nuestra nación, y más cuando estamos a las puertas de un nuevo