Catalina Xar, de 62 años, camina lento entre los restos de lo que fue su cocina en Santa María de Jesús, la cual fue afectada por temblores. Las grietas cruzan las paredes y son las cicatrices del terremoto de julio pasado. Entre los escombros aún permanecen algunas ollas, la piedra de nixtamal y otros utensilios. Todo parece detenido en el tiempo desde los temblores. En una de las paredes hay una hendidura profunda que deja ver el interior de la casa, y a Catalina ese daño solo le recuerda que “la ayuda no llegó”.
Ciento sesenta y siete días después, no hay certeza sobre el plan de demolición de las casas dañadas —por seguridad, deben ser derribadas—. Los vecinos de Santa María de Jesús detallan que han aprendido a vivir con los sismos y entre casas colapsadas. El terremoto de hace cinco meses afectó los departamentos de Guatemala, Sacatepéquez y Escuintla.
Damnificados
“No estamos al cien, nos afectó bastante el sismo. La casa se derrumbó, estamos con miedo, sigue temblando y, aunque vinieron a entrevistar para saber qué requeríamos, no nos han dado ninguna noticia de cómo podernos ayudar”, lamenta Cecilia Pérez, vecina damnificada.
La casa de Pérez está al borde del abismo, sobre otras viviendas ubicadas en la parte baja. Además, señala que algunos vecinos ya recibieron ayuda y duda si ella estará entre los beneficiados.
Julio Xoc, representante de los agricultores en Santa María de Jesús, se muestra preocupado por la situación y detalló que se instaló una mesa de diálogo con los representantes de los cuatro cantones. El 15 de enero del 2026 se expondrán los lineamientos para la recepción de papelería destinada al apoyo de los afectados. Las mesas de discusión siguen desarrollándose para determinar cómo se otorgará la ayuda.
Según análisis estructurales del Viceministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda del Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda, en Santa María de Jesús resultaron dañadas 380 viviendas, lo que representa al menos a 2 mil 336 personas afectadas.
Templo en ruinas
La iglesia del Calvario y la parroquia Dulce Nombre de Jesús continúan en escombros. Sus muros colapsados se convirtieron en símbolo de una comunidad que sigue esperando respuestas. Nadie reza allí desde hace cinco meses, y Catalina lamenta: “Solo Dios sabrá si construirán algo”.
Los feligreses católicos no han perdido la fe y siguen congregándose en la casa parroquial y en viviendas particulares. Martiniano Lombraña, párroco de la parroquia Dulce Nombre de Jesús, está consciente de que la restauración del templo “es un proceso”, y mientras empieza la reconstrucción, se colocan sillas o mesas en las calles para las misas u otras actividades religiosas.
“La gente tiene buena voluntad de arreglar la iglesia, pero deben ser restauradores expertos que sepan tratar al paciente —la estructura del templo— y deben ser pacientes para tener un diagnóstico. La gente está sofocada porque perciben que se están tardando mucho. Lo cierto es que esto lleva tiempo; lo importante es que hagan una buena evaluación y que en el futuro estemos en la parroquia. Por el momento, no hay fechas ni se conoce quiénes trabajarán en esto”, expone Lombraña.
